Pisa un león de plástico
un juguete que quedó
tirado en el piso
casi trastabilla
al pisarlo sin pensar
pisa lo que venía
pensando
no es un león muy
logrado el que pisa pero
debería estar en
una repisa
con la cebra
el tigre
todos sus demás
amigos
no hay que dejar
juguetes tirados
en el piso.
En diciembre del 2023 empecé la escritura de una reseña de Sangría, el último libro de Martín Gambarotta, de este modo:
Mientras escribo esto, de fondo escucho la asunción presidencial. Intento reseñar un libro que no puedo leer desprendida de este clima. Empiezo con una apreciación que podría parecer apresurada, aunque no tengo dudas: para entender el meollo de lo que está pasando, antes que cualquier análisis sociológico, político, o económico, hay que leer Sangría. Los poemas detectan de una manera en que no lo hace ningún otro discurso, un tipo de sentimiento muy enredado en la trama de nuestro presente. Es más: captan el sentimiento que lo define. Con los medios del poema configuran un saber que es histórico y que apunta al corazón de este momento. Nos permiten conocer su vibración, sentir algo así como la emanación de su particular vapor, escuchar su ritmo.
Esa reseña avanzaba un poco más con hipótesis y argumentos. Pero nunca pude terminarla. Me suele pasar cuando un libro me engancha demasiado, pero, además, me suele pasar con lo que escribe Gambarotta. Porque siempre me enfrenta con el problema de cómo contar, sin caer en simplificaciones ni lugares comunes, las vibraciones en el cuerpo y los viajes extraños que provoca su lectura. Cómo compartir eso que no puede explicarse solamente con los significados del poema, ni solo verse en los usos calculados del lenguaje, ni se encuentra desarmando el modo en que se hace. Tampoco alcanza si vinculamos todas esas, más otras, cosas. Es el problema de cómo ser fiel a la lectura cuando es un encuentro auténtico y entonces, comprenderlo excede nuestras posibilidades. Y, claro, en ese punto reside parte del enganche: es una escritura que nos impulsa hacia adelante para que inventemos modos de leerla. A esto hay que sumarle que se trata de una reseña y no hay espacio para grandes pruebas ni desarrollos.
Desde hace un tiempo, escrituras como la de Gambarotta (la de Alejandro Rubio, la de Sergio Raimondi, la de V.V. Fisher, Fernanda Laguna o Lucía Bianco, por mencionar algunas) me sugieren leerlas con la hipótesis de que despliegan el movimiento de un pensar distintivo, que es el pensar del poema. Pero en qué consiste ese pensar poético, es algo que cada libro resuelve un poco a su manera. Esta hipótesis permitiría no desatender a las continuidades que se construyen y cuidar lo complejo desde el vamos. A esta complejidad la sitúo en el dibujo que la experiencia de lectura compone con las intuiciones sobre el conocimiento contenido en los poemas, lo que al inicio enuncié como el saber histórico, o político, de Sangría. En este punto, incorporo una digresión con la intención de precisar esto un poco más: tal vez la idea de un pensar poético los lleve a recordar las definiciones de Mario Montalbetti, en tanto se ha vuelto una referencia ineludible sobre el asunto en el ámbito latinoamericano. Explicar por qué no estamos hablando de lo mismo requeriría un ensayo extenso que empiece por distinguir tradiciones filosóficas de críticas (en la raíz de mis lecturas no está Badiou, por ejemplo, sino Benjamin) para finalmente, argumentar una posición situada en la teoría literaria, y específicamente, poética en su relación con un corpus muy concreto de poesía contemporánea argentina. En este sentido, podríamos señalar una diferencia de énfasis: mientras que para Montalbetti la atención se debe concentrar en lo que la poesía le hace al lenguaje, en cómo el poema piensa antes de en qué piensa; la potencia específica de este corpus reside en que esa separación (que tiene una historia y se inscribe en una tradición consolidada) no parece pertinente, así como tampoco restringir el pensamiento a una operación lingüística. A su vez, de los desarrollos de Montalbetti se deduce una idea del lenguaje preferentemente universal, que gana solidez en la abstracción. En cambio, esta lectura adopta una perspectiva materialista, lo cual implica un testeo continuo de los conceptos en la experiencia. ¿Qué quiere decir esto? Por ejemplo, que en el modo de pensar de estos poemas la estructura tripartita del signo como hegemonía interpretativa del lenguaje es puesta en cuestión. O que las formas de pensamiento son históricas, son construcciones provisorias de los poemas y si nos interesan es porque condensan rastros de cómo se puede sentir vivir en un momento determinado. Esas formas en las que detectamos modos de pensar y pensamientos no son invariables. En tanto pueden interpretarse, son los punzones para construir un saber sobre lo que no se sabe. Leer en este sentido una rima, una imagen, un modo de cortar un verso, una interjección, una composición en el espacio de la hoja, o el ritmo en su sentido amplio, no métrico, implica considerar un complejo de relaciones que incluyen al lenguaje articulado, pero no se limitan a él.
En Sangría hay unos versos que reflexionan sobre ese movimiento del pensar en analogía con la imagen de una comida callejera que es casi un ícono de la inmigración global: “los pensamientos son/rodajas de shawarma”. Si en los sentidos que condensa esta imagen incluimos el de la cocción por capas en un asador que gira lentamente, obtenemos una síntesis bastante certera del modo en que el libro piensa. Desde el inicio, se trata de rotar en torno a un eje, lo cual, a su vez, facilita el corte de rebanadas y su desprendimiento. Sangría también lo imagina como un “resquebrajarse”. O el acto de “pisa[r] lo que se venía pensando”. A partir de escuchar registros específicos del habla cotidiana (“más que nada”; “No hay que dejar/los juguetes tirados/en el piso”), y extremar los vínculos entre aspectos sonoros y gráficos (“la gracia del glaciar”; “un témpano en lo temprano”), estos movimientos se constituyen como formas que suponen un modo de pensar cuya lógica es la de una aproximación constante. Cada rotación implica un acercamiento que produce una descripción nueva o un leve ajuste y, también, la apertura hacia una deriva: “esperando que muera/ la conversación, esperando la muerte/definitiva de la conversación, esperando/que nadie converse”. En ese movimiento, este pensar se detiene sobre diferencias mínimas, entonces algo podía sonar similar, pero en el giro y su despliegue (de un verso a otro, y de uno a otro poema) no será exactamente lo mismo: “no es las guerras de la galaxia/ es la Guerra de las Galaxias”. Para notar el movimiento de este pensar, vale la pena citar un poema entero que también puede leerse como una reflexión ¿irónica? sobre la interpretación, marcado por el fraseo estereotipado de, precisamente, nuestro lenguaje: “no es más que una aproximación”, “se puede entender como”, “dicho de otro modo”, “representa”, “viene a ser” :
este vaso con hielo no es más
que una aproximación
a la sangría así como la sangría
se puede entender
como una aproximación
a la sangre
dicho de otro modo
si el vino representa
la sangre
la sangría viene a ser
tu sangre fría.
Entonces, más que una serie de poemas reunidos por motivos en común, estamos ante una imaginación asociativa que despliega un sistema de relaciones de composición: rotación, desprendimiento, detención. Este juego de relaciones marca un ritmo que pospone la pregunta por un sentido, aunque sin llegar a soltarla. Porque si el sentido se cierra en lo conocido o dado, conviene empujarlo hacia adelante, aplazar una conclusión. Pero a la vez, imaginarle o inventar alguna dirección posible. A esto apunta la deriva gráfica y sonora de las palabras o de las frases, su expansión o su distorsión, y la proliferación controlada de opciones. Así, en el ritmo se perciben algunos de los tiempos y de los tonos que constituyen el presente. Y lo que se escucha es la experiencia de estar viviendo en este momento en este mundo. O por lo menos, en esta parte del universo. Vivir en este mundo es apuntalar una vida dentro del orden del capitalismo y del lenguaje. Esa relación no se nombra, los poemas no dicen “pienso en nuestras vidas sometidas, etc.”. En cambio, la indagan en cómo pensamos, en nuestras lógicas de pensamiento imbricadas en condiciones materiales concretas. Tal vez, esta lógica también se toque con la del algoritmo y la clase de asociaciones que promueve: “calcula que su número de teléfono/fue vendido a interesados/de acuerdo a lo que estuvo/tecleando en sus dispositivos/los datos de sus navegaciones/y que por eso ahora insiste/tanto en contactarlo/un ejército de salvación”. La potencia de esta escena no estaría en leerla como el registro de un paranoico, sino como una escena de escritura que resulta cada vez más cotidiana.
En su recorrido, Sangría repone la complejidad del que probablemente sea el sentimiento más universal en nuestra cultura: no encajar, sentirse excluides, desear pertenecer: “ser como ellos”. La detección de estos sentimientos aparece entrelazada en el lenguaje para pensar un orden social que se hace sólido cuando naturaliza los rechazos y controla cualquier disrupción o mínima diferencia, como se leía en la cita sobre la Guerra de las Galaxias. Al mismo tiempo, como bien lo sabemos, este orden solo puede subsistir porque, a la vez que alimenta esos deseos de inclusión, niega su posibilidad: “Quieren que intentes ser/ como ellos para que sepas/ que nunca vas a ser uno/ de ellos, quieren que creas/ que sos igual a ellos, te quieren/sentado a su mesa/ quieren que quieras estar/sentado a su mesa […]”.
Si hasta ahora, leímos lo político en la literatura como una disputa en el terreno de la representación o de los significados, o en términos de procedimientos y sintaxis; en Sangría los modos en que se libra la batalla por darle un sentido a la experiencia, meterla en un relato, disputar con los sentidos dominantes, resquebrajarlos, participar del conflicto político y hacerlo hablar aparece como un privilegio del ritmo que se construye como un shawarma gigante. Lo que el poema piensa es una escucha de uno de los ritmos del presente, y con cada detención vuelve a escucharlo, no solamente para detectar dónde ese ritmo cambia o puede cambiar, sino para inventar pensamientos nuevos.
Sara Bosoer
La Plata, 10 de diciembre de 2024